miércoles, 5 de noviembre de 2008

Coches y cosas


Cuando el coche blanco decidió dejar en la carretera su imprescindible vía de escape yo pensaba que atarla humildemente con aquella bolsa de súper sería una malísima idea. Imaginaba yo el coche rodando sólo a 30 y dejándose vencer por el elemento más caliente que nos dio la madre naturaleza. Tú y yo dentro, por supuesto, -cubiertos en llamas- expiraríamos nuestras últimas palabras resignadas y llenas de lo que nunca pudo llegar a ser. Nada de esto sucedió, aunque diversos acontecimientos nos pusieron de manifiesto que atar las cosas provisionalmente no era una solución viable cuando la pretensión es avanzar.

Hubo más coches después, coches que tuvieron una leve relación con el devenir de nuestras vidas y, en los cuales, no pude dejar de sentir el miedo atroz a la insignificancia del horizonte y a la importancia letal del instante. En la oscuridad, mientras escuchábamos cómo los cuerpos secretos estadounidenses realizaban atroces experimentos en los 60 para probar la (in)eficacia real del LSD, apareció ante la corta luz que emanábamos un jabalí. Nos miraba fijamente con los ojos rojos de pánico. Su cuerpo erguido, paralizado; su cabeza tornada hacia el lugar que efímeramente ocupábamos. Vuelta de volante y posterior desaparición, nunca supe que sucedió después con aquel animal perdido. Pero mi corazón se hizo un instante más pequeño. Y así sucesivamente con cada susto, con cada mal arte, con cada fracaso y con cada aparición inesperada de lo que fuera. Soy pucelana, lo siento, allí todos somos neofóbicos por naturaleza. Ante la no posibilidad de ser correspondidos por nuestro amor a lo nuevo, cogimos fobia y no la volvimos nunca a soltar. Quizá aprendimos antes que ningunos (o quizá después de los rusos) que la novedad, como dice Nacho Vegas, era sólo un olvido. O quizá tan sólo nos lo quisimos creer y dejamos yerma la ciudad.

El último coche, del que ya he hablado en este lugar, fue un ol`55 que condujo primero Tom Waits y que luego nos condujo a nosotros. No se si, al igual que él, viajamos con Lady Luck; lo único que siento es que, tras tanto ajetreo, puedo decir que el camino está libre de coches y camiones. De tanto en cuanto escucho el traquetreo del gastado cigüenal. Pero eso ya no importa cuando tampoco lo hace el que Dios esté, o no, de nuestra parte. Y es que, si no está de nuestra parte...¿de qué parte está?

Si somos espíritu santo o somos mandarinas es algo que ya descubriste hace tiempo (cada cual que lo reflexione en su casa). También entendiste la misticidad de una sopa y el horror que provoca una tortilla enmascarada. Aprendiste a tocar la armónica como los que peor la tocan y entendiste que la lectura entre líneas (o entre segmentos, o entre posiciones y momentos) era lo único válido con lo que te querías quedar. Me sumé a tu filosofía y ya nunca más encontramos la intersección. O nos anulan o nos agregan; pero que no nos disuelvan, que eso ya sólo está en nuestras manos...y en las del que tuvo las narices de ser creador.

No hay comentarios: