miércoles, 8 de abril de 2009

Barcelona llora.



Un dolor sin consuelo,
como debe ser el dolor.


Un dolor que,
o desespera, o redime;
que lo extraña todo
con inaguantable “repugnancia dulzona”.


Un dolor que ya no exige compasión.


Que me lleva hacia las olas,
me arrastra bajo las ruedas,
me esconde entre el centeno
y me pierde en el camino.


Esto es la vida, sí,
debe ser esto.


Pues no me he sentido más viva
desde que nací.


Y así te comprendo, mundo,
así te tengo entre mis brazos.
Así me acunas en el regazo
del vacío y la soledad.


Desprenderse de uno mismo,
de acuerdo,
desapego necesario,
quizá.


Pero aquí te tengo,
alma mía,
obligada a borrar las horas
que se fueron y se irán.


No te redimo,
no.
No me olvido
de que eres yo.


Destruir el yo mismo,
lo único importante.


Vivir en el vacío calmo
de la obsoleta esperanza.


Sospecho que tengo
la solución a nada.


Fíjate:
Esfumarse tras equivocarse.
Marcharse tras haber actuado.
Huir de aquello que arraiga..


Matarse a cada instante...
no es tristeza lo que provoca
es simplemente que alcanzo

sensación de eternidad.

domingo, 5 de abril de 2009



Perdón si te he hecho daño,
perdón;


perdón por dejarte en las sombras.


Perdona si vuelvo a deshoras
a pedirte este perdón.


Porque el camino se extiende
y se que grito a lo lejos;
sólo escucharás un eco
es el eco de mi voz.


Y aunque no oigas las palabras
aunque no entiendas mi canto
sabrás que aun te guardo un instante
para darte estas mil gracias...


y con razón.

domingo, 22 de marzo de 2009

Filocrítica

Hace tiempo escribí esto para el único que, al leerlo, se sentiría aludido. Y, efectivamente, sería esa la única vez que no estaría incurriendo en un error. Hoy me atrevo a exponerlo aquí, delante de quien lo lea, para expresar que, aun con todas las esperanzas depositadas en que algún día se diera cuenta de lo mucho que me importABA, no ha habido más remedio que mantener lo dicho.

Muy buenas noches.



Te estrujaste la mollera
concluyendo que la vida
nunca es nada para aquellos
que se preguntan por ella.

Que la espera permanente
a que llegue algo mejor
es en vano si no existe
nada bueno, nada malo.

Que además, si sólo importa
lo que digan los demás,
nada dirás y, es más,
no importará lo que digas.

Y dedicado a pensar
que no puede haber sorpresa,
te empleas sólo en la empresa
de ordenar todo “tu” azar.

No tuviste amores ciertos,
ni amistades verdaderas,
ni misterios que no pudieras
ni tan siquiera atisbar.

El escalofrío se olvida
de pasarte por las venas
y tu hastío tiene prisa
por desterrar la emoción.

Mas no elude esta canción
que por mucho que lo quieras
tú siempre, allá donde fueras,
sientes el hondo dolor
de vivir acompañado
de la angustia de existencia
y de esa falsa eminencia
que atribuyes a tu yo.

No fuimos nada en el tiempo
que duró tu narración
ni tuvimos la razón
ni palabra, ni momento.

No tuvimos tan siquiera
el suficiente valor
para explicar que tu honor
era sólo una quimera.

¡Pero el tuyo y el de todos!
Y ojalá que no suceda
que donde ya nada queda
te sientas tan triste y solo
como estuvimos todos
mientras pedíamos cansados
la oportunidad de tu duda.

jueves, 5 de febrero de 2009

Rien de rien



Hace mucho tiempo que no hablo contigo y que un silencio sepulcral es la cuerda de unión entre tu mundo y el mío. Hace mucho tiempo que no te escucho, aunque se de buena tinta que aun, en demasiados momentos, necesitas hablar. Hace mucho tiempo que ni siquiera a pasear te saco; te acallo y te reemplazo por mi MP4.


Puede parecer triste que una chica con tan poco talento como podamos ser cualquiera de las dos, prescindamos de la otra. Sí, es una locura y una barrabasada de mi parte, pero ya sabes; he de ser consecuente con mis pensamientos, sentimientos y, ante todo, con mis decisiones.
Y pensarás: “¿Qué haces tú sacando, a estas alturas, dignidad?¡Dignidad!”. Y no tengo la respuesta exacta a eso. Sólo se que no te quiero escuchar.

No tengo la noción del tiempo tan exacta como para recordar en qué momento justo te conocí. Se que poco a poco creciste a mi lado y fuiste compañera de las mayores tristezas y agonías que una puede soportar en su vida. Andabas a mi lado, te arrastrabas como yo, y cuando al fin yo lograba recobrarme del golpe, incorporarme, levantarme, tú retozabas en el barro emponzoñado de la nostalgia obligándome a parar en el camino hasta que dejaras de retozar. Comenzaste a ser imprescindible, aunque verdaderamente desconozco el porqué.


Me diste los peores consejos que nadie me dio en la vida, introdujiste elementos de desconfianza que nunca supe sortear, avanzaste con paso firme hacia la destrucción de tu vida…y a la vez de la mía, que era quien te seguía. A veces yo ponía la voz de la cordura y tú reculabas; a veces tú tirabas de mi brazo y me obligabas a caminar (nunca supe bien hacia dónde). Me amabas tanto como me odiabas y sentías tanto orgullo hacia mí comoasco te procesabas a ti. ¡Y éramos idénticamente iguales o prácticamente la misma!


Intenté pedir ayuda en alguna ocasión. No podías ser mi carga durante toda la vida porque avanzar, lo que se dice avanzar, habíamos avanzado poco desde que tú apareciste. No podía llevarte a rastras para siempre, no podías ser tú la que tirara de mí. Quería volverme autosuficiente, quería no necesitar de tu anti-ayuda, de tu autodesprecio, de tu afán de destrucción. Y fíjate, no he podido hasta ahora. Pero es ahora el mejor momento porque es en el que estoy más segura. No entiendo porqué después de tanto comienzas a dolerme como si fueras un maltrecho riñón; sin embargo es vacua esta pregunta. Hemos de ir al fonfo del problema: si para que una persona no enferme por completo, cuando tiene un riñón enfermo, le extirpan el riñón…¿por qué no voy a seguir yo ese mismo procedimiento contigo? Y si reapareces, pues reapareces. El féretro tendrá que ser para dos. Pero si no…al fin podré vivir tranquila, descansada, aliviada, desconectada de ti. A partir de ahora te extirpo, te saco fuera, te exorto a que no vuelvas nunca más, te invito a que vivas tu vida, te ofrezco que te conviertas en alma, te doy alas para que puedas volar. A partir de ahora ya no estoy escindida, convivo sólo conmigo misma, la vida me da otra oportunidad.


Sal fuera, vete en este instante. No voy a llorar. Vete, que me dueles. Ya no eres más parte de mí misma. Ahora en mis adentros sólo hay silencio abismal. Ciao preciosa.

martes, 18 de noviembre de 2008




A pesar de que la letra de esta canción corresponde a un poema de un escritor al que no admiro demasiado (Antonio Gala), e de decir que Antonio Vega a hecho de ella una melancólica maravilla y una contradicción deliciosa. No dejéis ni de leerla, ni de escucharla.







A trabajos forzados







A trabajos forzados me condena

mi corazón, del que te di la llave.

No quiero yo tormento que se acabe

y de acero reclamo mi cadena.



No concibe mi alma mayor pena

que libertad sin beso que la trabe,

ni castigo concibe menos grave

que una celda de amor contigo llena.



No creo en más infierno que tu ausencia.

Paraíso sin tí, yo lo rechazo.

Que ningún juez declare mi inocencia...

porque en este proceso a largo plazo

buscaré solamente una sentencia:

a cadena perpetua de tu abrazo.



No creo en más infierno que tu ausencia.

Paraíso sin tí, yo lo rechazo.

Que ningún juez declare mi inocencia.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Cuando yo...



Cuando yo tenía tres años mi madre yacía postrada en la cama, todas las mañanas, debido a que una muñequita rusa vivía entre sus entrañas (muñequita a la que yo quise llamar Sonia,- como la preciosa novia del gato Isidoro- pero que finalmente fue Jose Luis).



Mi padre trabajaba hasta las 23:00 de la noche en una fábrica oscura llena de arandelas metálicas; y es que aquellos eran los tiempos de crisis vividos con el primer gobierno socialista español.



Yo era pequeña, rubia y de cabellos rizados. Me movía mucho, muchísimo, y paseaba en bicicleta por la terraza de la que fuera la primera casa en la que viví, ubicada en Pajarillos y habitada por ratones (sin diminutivo).


Los recuerdos que tengo de aquella edad son confusos y quién sabe si no reformulados por una mentalidad que intenta guardar recuerdos como se guardan fotografías antiguas. Los recuerdos que tengo son, mas que representacionales, puro sentimiento reconcentrado. En esos tiempos vivía más en mí misma que en nadie, tenía un amigo invisible llamado Julio y unas inmensas ganas de que el fin de semana llegara para agarrar del meñique a mi padre, para que me propusiera sumas imposibles que yo debía resolver; para pasear por Plaza España. A los tres años sufrí mi primer castigo al llamar tonta a una profesora, que acto seguido me puso cara a la pared (¿qué peor castigo hay para un niño que el de no poder ver, oler, tocar, escuchar y hablar?), y mi segundo castigo consecutivo como consecuencia de que mi profesora contara lo sucedido a mi madre. Con tres años cociné por primera vez poniendo agua a unas pastas recién compradas y sosteniéndolas en un radiador caliente por puro aburrimiento. Un día después mi madre descambió las pastas alegando que estaban blandas (y yo, boquita cerrada, curé mi alma gracias al silencio y al escondite). En aquellos tiempos las preguntas eran muchas, las gentes eran amigas, correr no era sancionable y crear era la salvación contra el hastío. En aquellos tiempos me di cuenta de muchas cosas que olvidé pasados los años.




Era un día lluvioso y eran las ocho de la mañana. Mi padre me llevaba a la guardería como cualquier otro día (él entraba a trabajar a las ocho y media). Bajo el paraguas negro con puntas metálicas que agarraba la mano de mi padre (la más fuerte por aquel entonces), yo jugaba con algo complicado de explicar: un juguete de colores que constaba de dos bolas que yo debía chocar para no parar nunca el ritmo. Clás, clás, clás. Mi padre sostuvo el juguete un momento y me dio un beso en la frente, a modo de despedida, a la puerta del jardín de infancia. Yo entré en la guardería. O no. Quizá me quedé en la puerta. En todo caso, no lo recuerdo muy bien. Ipso facto tomé consciencia de la falta de mi artefacto. Salí corriendo a la búsqueda de mi padre, que lo debía tener. Pero ya se había ido. En mi mente no había pasado un segundo, pero mi padre ya había marchado- quizá corriendo- para no llegar tarde al trabajo. Me quedé petrificada, inmóvil, angustiada. Sentí por primera vez el abandono (no premeditado) y tuve miedo. No se si me importaba el juguete; sólo podía pensar en que mi padre ya no estaba. Entré, ahora sí, en la guardería; llorando desesperadamente. No recuerdo más.

Sólo se que a partir de aquel día, cuando marchaba mi madre a hacer las compras pertinentes, me la quedaba mirando desde la ventana del comedor, con la nariz apoyada en el cristal frío, e imaginaba cosas horribles; que la atropellaba un bus, que alguien se la llevaba para siempre... Diez minutos de desconsolada ausencia eran una eternidad. Fui consciente de lo que pueden alargarse los segundos, de la cárcel indispensable que es el tiempo. Había cosas que no podían olvidarse ni mediante el juego, ni mediante nada. Había cosas que tenían que pasar siempre, una y otra vez. Había también cosas que pasarían una sola vez, pero que serían irremediables. El mundo era una constante espera observada desde el cubículo de la indeterminación. Aunque nunca pasó nada, viví con el miedo a ser abandonada desde aquel entonces. Nunca lo he logrado superar, como tampoco he logrado superar mi odio a la espera. Me convertí, desde entonces, en una precipitadora de acontecimientos y en una persona que sufría por el temor, por los temores.
Pero entonces la vida siguió, como lo sigue haciendo ahora mismo. Aunque ya mi padre no fuera el más fuerte. Aunque Sonia no existiera. Aunque Julio se marchara sin decirme adiós.



Ahora tengo la cabeza en otras cosas y, como ya he dicho en otras ocasiones...pienso que pienso menos que antes.